El fútbol no es más que una representación de la sociedad: alegrías y tristezas. Es, eso sí, una representación especial. El fútbol exalta el sentido de pertenencia y de comunidad.
La felicidad, por colectiva que sea, es motivo de celebración. La vida, con sus sabores y sinsabores, sigue. El fútbol tiene la capacidad de unir que no tiene ninguna otra actividad humana.
A lo largo de su historia, este deporte se ha convertido en un espacio propicio para que la familia pueda reunirse y encontrarse en torno a la pasión que éste despierta en los corazones de millones de personas alrededor del mundo.
¿Qué momentos tienes para compartir con tu familia? ¿Cuánto tiempo tienes para estar con tu papá, tu mamá, tus hermanos o tus hijos? Sin lugar a dudas existen muchos espacios que podemos aprovechar para convivir con todos ellos, desde los más cotidianos como lo es un almuerzo o una cena, hasta otros extraordinarios como lo puede ser un partido de fútbol esperado por todos.
En medio de una sociedad con un ritmo de vida acelerado, dónde las personas pasan casi todo su tiempo trabajando o estudiando, tener espacios para compartir de forma sana una pasión en común es fundamental para la vida de cada persona y es justamente ese uno de los grandes aportes que puede darnos el fútbol.
Esta realidad lleva a que muchos padres y madres acompañen a sus hijos a jugar en la escuela o en algún club desde que son pequeños, generando así un momento dónde pueden acompañarse, alentarse, cuidarse y expresarse mutuamente el cariño que se tienen.
¿Quién mejor que papá o mamá para arropar a un niño frustrado por la derrota? ¿Qué mejor que poder compartir la alegría y orgullo de un gol o una victoria con tus hijos o hermanos? El fútbol genera todas estas y muchas otras experiencias que hacen que la vida sea más rica y entretenida.
La esencia del fútbol es la de generar vínculos, alegrías, compartir, encuentro y una sana y deportiva competencia, que es una riqueza para la cultura en general, y como hemos visto de forma particular lo es para la realidad familiar.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 7 años y mi papá se encontró con el predicamento de entretener a su hijo los domingos. No siempre había películas infantiles en el cine y a la tercera visita al zoológico los leones nos contagiaban sus bostezos. El fútbol apareció como la solución perfecta. Íbamos al estadio de los Pumas en la Ciudad de México y yo ya fascinado, le pedía ir también los sábados al Estadio Azul.
Durante años, compartimos partidos bajo la lluvia y nos insolamos en días aburridos. Tengo pocos recuerdos de mi padre en una casa, tengo muchos en un estadio.
Lo más sorprendente de esta historia es que me hizo pensar que tenía un padre fanático del fútbol. No era así. En cuanto pude ir por mi cuenta a los estadios, se apartó del juego. Había fingido su pasión para mejorar la mía. Hoy se lo agradezco. Me regaló en el fútbol uno de los grandes amores de mi vida.