El fútbol es un deporte de contacto y muy pasional. Pero estos no deben de ser sinónimos de juego violento jamás, ni en la cancha ni en la tribuna. El mejor fútbol se juega con lealtad y con total respeto hacia el rival.
Por desgracia, la violencia en el fútbol no es un hecho aislado y sí un patrón común que se ha ido desarrollando con el tiempo. La violencia en el fútbol se origina en la propia sociedad y su comportamiento; una sociedad que se expresa en las gradas con frustración, enfados y agresividad que acumulan en su vida cotidiana y que en ningún otro espacio público se permite, pues con toda lógica correrían peligro de ser expulsados del recinto.
Preocupa saber que el fútbol representa el lugar dónde muchas personas dan rienda suelta a sus bajas pasiones, incluso frente a la televisión: insultando al árbitro, odiando a los seguidores del equipo rival, creyéndose que saben más que el propio entrenador, gritando, enojándose…
¿Qué es lo que les pasa a algunos aficionados con el fútbol? ¿Por qué aflora ahí la violencia más que en otros ámbitos?
El anonimato y el apoyo del grupo en el que nos encontramos en las tribunas proporciona un respaldo para sacar estas conductas agresivas. El encontrarnos arropados hace que la culpa y la responsabilidad de esos insultos e incluso agresiones (botellas u objetos lanzados al campo) se dividan en partes iguales. Nos sentimos respaldados por nuestros compañeros.
Pero pensemos en los niños. ¿Qué les queda a ellos de todo esto? Un muy mal ejemplo. Vale recordar que los adultos somos su espejo y tarde o temprano terminarán imitando nuestros comportamientos.
Los padres jugamos un papel importante en el deporte de nuestros hijos. Nuestro papel es fundamental durante la celebración de estos partidos. De nuestro comportamiento aprenderán muchas lecciones. Que sean buenas o malas depende de nosotros.
Los partidos deben ser una fiesta. Tenemos que animar a nuestros chicos de una manera correcta. Durante los juegos es importante comportarse con educación.
La violencia no lleva a nada. En la cancha, no eres mejor jugador si pateas más, no muestras más liderazgo si le gritas al árbitro en cada jugada dividida, no eres más rudo ni más intimidante si te la pasas insultando a los del otro equipo.
En la tribuna pasa lo mismo. Dejemos de confundir pasión con violencia. Ir al estadio a apoyar al equipo es una experiencia inolvidable que se puede hacer con total respeto hacia uno y hacia los demás.
El juego no finaliza con la eventual victoria o derrota de los adversarios, sino con la camaradería y la diversión en un grupo sin distinciones entre quienes, durante el partido, habían sido rivales.
El fútbol debe ser implacable contra la agresividad. Dentro y fuera de la cancha. El fútbol no es una guerra. Sino lo contrario. El fútbol debe de ayudarnos a detenerlas.